Sin título

De ahí que las ocasiones en que rumiamos un recuerdo una y otra vez estamos más bien creando un monstruo que nada tiene que ver con su punto de partida. Nada de lo que tuvimos regresa. Tenemos a nuestro fantasma, la memoria, que es una máquina de hacer quimeras; bestiarios hermosos o terribles, pero despegados por completo de su manuscrito original. Tal vez así funciona el pasado: cuando se va deja en su lugar a un fantasma y nosotros le conferimos agencia a ese fantasma como si fuera el evento mismo, agencia sobre nuestra realidad y nuestras emociones. Pero al invocar a ese fantasma, al recordar, estamos cambiándolo, creando a otro parecido a él pero distinto, y así hasta que no es más que un pequeño dolor o una pequeña alegría. Una nostalgia. Habría que considerar y elegir qué recuerdos recordar y cuándo.

Sin título

Parece que no hay en la mente o el cerebro ningún mecanismo que asegure la verdad o, al menos, el carácter verídico, de nuestros recuerdos. No tenemos acceso directo a la verdad histórica, y lo que sentimos o afirmamos que es la verdad depende tanto de nuestro imaginación como de nuestros sentidos (como Helen Keller observó con fundamento). No hay forma de que los sucesos del mundo puedan ser transmitidos directamente o grabados en nuestro cerebro; los experimentamos y los construimos de una manera altamente subjetiva, que de entrada es diferente para cada individuo, y cada vez que son recordados se reinterpretan o se vuelven a experimentar de un modo distinto.