En días fríos y oscuros de invierno la tentación de no salir de casa, de no salir del cuarto, de no salir de la cama, de buscar un rincón caliente y seguro en el que esconderse, de meterse bajo tierra, hacerse un ovillo, taparse con capas y más capas de barro y hojas, abandonar toda resistencia, ceder, dejarse ir, sentir nuestro propio calor mientras ahí fuera el invierno sigue siendo frío y oscuro, quedarse en posición fetal y oír pasar el tiempo hasta que deja de oírse pasar el tiempo, perder la noción de todo, la noción de un mismo, disolverse, deshacerse, desconocerse, a lo mejor ahí arriba ya ha llegado la primavera y no importarnos nada, no querer saber, apretar los ojos, abrazarnos todavía más fuerte, resistirnos ahora a la vida que nos llama de vuelta, quedarnos así, quietos, cálidos, inconscientes, para siempre y no tener pena ni nostalgia de nada, y en nuestro agujero en el suelo dejar pasar la vida como un oso sin verano.