El amor está tan reglamentado como cualquier sustancia que proporcione placer. Aun cuando no dudemos un segundo de que amamos como mejor nos parece, con la libertad de un pájaro o una mariposa, hay un compendio infinito de doctrinas sociales que nos dice qué es el amor y lo que debemos hacer con él, cómo y cuándo. La lista de sugerencias para amar de manera atinada es tan inconmensurable como restrictivo el inventario de sanciones a todo lo que se le opone. La apoteosis del amor –el matrimonio– es, por supuesto, un órgano social sistematizado por el Estado que se moderniza como un farmacéutico benévolo distribuyendo la sustancia adictiva en dosis legales