A veces, es solo un instante; un momento efímero de a penas unos segundos el que marca un antes y un después. Y a partir de entonces ya nunca nada vuelve a ser igual. Pero ni mejor, ni peor, simplemente diferente. Y por eso, cada día hay que exprimirlo al máximo con sus sinsabores. Aprender a saborear cada lágrima de la misma forma que gustamos una sonrisa. Porque el día y la noche son lo mismo pero con distinta luz. Hay días de sol y días de lluvia; hay noches solitarias pero también las hay acompañadas de luna y estrellas. Porque la tristeza, muchas veces, también ríe.