Podría, como confesión de borracho en la barra de un bar mugriento, jurar que su orden me complementaba en un caso, que esas piernas y esa sonrisa eran un superpoder, que todo lo que aprendí me hacía adorarla, que tenía que haberme comportado mejor porque tenía razón al decir que juntos éramos invencibles, que jurar siempre que era la última vez y reencontrarnos era maravilloso o que no fue. Puedo asegurar, sin equivocarme ninguna vez, que la necesito esta noche, mañana por la mañana y si todo sale bien el resto de mis días.