En días fríos y oscuros de invierno la tentación de no salir de casa, de no salir del cuarto, de no salir de la cama, de buscar un rincón caliente y seguro en el que esconderse, de meterse bajo tierra, hacerse un ovillo, taparse con capas y más capas de barro y hojas, abandonar toda resistencia, ceder, dejarse ir, sentir nuestro propio calor mientras ahí fuera el invierno sigue siendo frío y oscuro, quedarse en posición fetal y oír pasar el tiempo hasta que deja de oírse pasar el tiempo, perder la noción de todo, la noción de un mismo, disolverse, deshacerse, desconocerse, a lo mejor ahí arriba ya ha llegado la primavera y no importarnos nada, no querer saber, apretar los ojos, abrazarnos todavía más fuerte, resistirnos ahora a la vida que nos llama de vuelta, quedarnos así, quietos, cálidos, inconscientes, para siempre y no tener pena ni nostalgia de nada, y en nuestro agujero en el suelo dejar pasar la vida como un oso sin verano.
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Pero no olvidar un amor perdido no significa que no podamos volver a enamorarnos. Todo lo contrario, siempre hay esperanzas de encontrar de nuevo el amor, y los nuevos amores siempre superarán a los viejos, haciendo que con el tiempo se conviertan tan solo en recuerdos a los que acudir con una sonrisa llena de nostalgia. Por eso, nunca hay que tener miedo a enamorarse, porque no importa cómo acabe una relación, ya sea mal o bien, de todas las experiencias se aprende. Y una vez se cura un corazón roto, existen mil y una oportunidades nuevas de volver a encontrar un amor mejor.