Por eso necesitamos desaprender tantos prejuicios que nos hacen creer que un abrazo significa necesariamente que “somos algo más”, o que un beso no es propio de amigos, y es mejor dar dos. Hay tantas experiencias que nos perdemos, o regalos que no hacemos o no recibimos cuando no nos atrevemos a ser mal interpretados, o evitamos un excesivo afecto por miedo a molestar o a vincularnos demasiado… El abrazo de un amigo el día en que más lo necesitamos, o un beso rozando el labio de la persona que podría darlo en pleno centro, o la caricia suave de un padre a su hijo cuando se acuesta a dormir, o coger de la mano al abuelo que no quiere ya soltarla.