Sin título

Podéis llamarlas como queráis: mentiras piadosas, mentirijillas, chorradas… pero seguirán siendo mentiras. Por mucho que os justifiquéis, lo único cierto es que habréis mentido, y mentir equivale a ocultar. El problema de las mentiras es que no son algo inerte; si las escondes, empezarán a crecer, y no pararán hasta salir de su escondite. Y cuando lo hagan, se llevarán por delante todo lo que hayas construido sobre ellas, por firme que pareciese antes.

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A todas esas personas les diría que vivan su particular momento, que disfruten de cada conversación, de cada mirada y de cada caricia; que bailen esa canción como si fuera la última, que le digan “te quiero” a esa persona que tanto aman pero que nunca se atrevieron a decírselo. A todas ellas les diría que perdonen y sepan perdonar, ya que la vida es muy corta para tanta memez.

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Todo encaja, todo parece tener sentido. Hasta que de repente, por un azar cualquiera, algo cambia. Y sólo entonces te das cuenta de qué es lo que te falta. Lo que tanto echas de menos, sin ser consciente de ello. Ahora que lo piensas, ves ese gran agujero, que parece atraerte a su interior. Te preguntas cómo no te habías dado cuenta antes, cómo has podido vivir hasta ahora como si esa ausencia no fuese importante.

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Si observamos a los niños veremos que, efectivamente, viven y disfrutan el momento, se olvidan rápido del pasado y no piensan demasiado en el futuro. Para los niños todo es sorprendente, nuevo y maravilloso a menudo. Es una de las cosas valiosas que se nos olvidan al crecer y hacernos adultos.