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Lo importante es que entiendas que necesitas expresar las emociones, no evitarlas ni reprimirlas. Que puedes llorar cuando te sientas triste, que no es lo mismo que deprimirse. Que puedes enfadarte, que no es lo mismo que estar iracundo. Que obviamente puedes sentir alegría y amor. Que la vida es algo maravilloso cuando nos dejamos tocar por ella. Y para eso hay que aceptar la propia vulnerabilidad y sentir.

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El amigo que, en cambio, te respalda es el que te ayuda a coger la cuerda, te alarga la mano y te ofrece su hombro. Sabe que puedes salvarte, que eres capaz de conseguir lo que quieras y que aunque estés pasando un mal momento, tienes sabiduría, experiencia y creatividad suficientes para salir de ahí. Por eso, escucha más de lo que habla, y pregunta más de lo que afirma. Sabe que la respuesta correcta no existe, pero que si hubiera alguna, está dentro de ti. No te dice que hagas esto o lo otro, sino que te anima a que descubras lo que realmente quieres, y respeta tus decisiones aunque él no actuase como tú. Porque, en definitiva, un buen amigo te quiere como eres y con todas las decisiones que tomas.

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La dignidad de una mujer no se mide en centímetros cuadrados de tela tapando un pezón o una melena, la dignidad es el derecho a decidir libremente sobre su cuerpo y su vida. Lo que sí que es indigno es que se sigan justificando la violencia, la violación y la represión por una visión cultural que interpreta nuestra anatomía de forma sexual. Lo que es indigno es que sea más importante respetar el derecho de algunos a “no ser provocados” por nuestra imagen que nuestro derecho a gestionar nuestra imagen como queramos. Lo que es indigno es que se crean en derecho de marcarme desde fuera cómo tengo que comportarme para ser una mujer digna.

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Parece que no hay en la mente o el cerebro ningún mecanismo que asegure la verdad o, al menos, el carácter verídico, de nuestros recuerdos. No tenemos acceso directo a la verdad histórica, y lo que sentimos o afirmamos que es la verdad depende tanto de nuestro imaginación como de nuestros sentidos (como Helen Keller observó con fundamento). No hay forma de que los sucesos del mundo puedan ser transmitidos directamente o grabados en nuestro cerebro; los experimentamos y los construimos de una manera altamente subjetiva, que de entrada es diferente para cada individuo, y cada vez que son recordados se reinterpretan o se vuelven a experimentar de un modo distinto.

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No es adaptativo pensar que la vida es estable, que siempre será así, o que algo es para siempre, puesto que si se tiene esta idea errónea, se vivirá cualquier cambio como algo imprevisto y negativo. Hemos de tener presente que la vida está llena de cambios, algunos los escogemos, otros nos vienen impuestos por la vida o el azar, pero la vida es eso, un constante cambio y una constante adaptación a estos cambios.

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El miedo es un gran muro que contiene nuestra capacidad para actuar, y la razón por la que lo sentimos no es porque creamos que todo nos va a salir de maravilla, sino que, por el contrario, creemos que vamos a fallar. La negatividad gana con tanta facilidad a la confianza y la seguridad en uno mismo que ese tigre que todos llevamos dentro lleno de creatividad y aventura termina luciendo como un simple gatito cuando dejamos de actuar por miedo a fracasar.

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La censura es la herramienta de aquellos que tienen la necesidad de esconder realidades de sí mismos frente a los demás. Su miedo no es más que su incapacidad para hacer frente a lo que es real, y yo no puedo ventilar ninguna rabia contra ellos. Sólo me dan esta consternada tristeza. En alguna parte, mientras crecían, los escudaron contra los hechos totales de nuestra existencia. Les fue enseñado mirar de una sola forma aunque existieran muchas.