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Es como una llamada de la naturaleza, que como dice el refrán: “la sangre altera”. Es el comienzo de una nueva vida que nace, llena de oportunidades, de salidas, de cerveza fría, de días largos y noches intensas. Queremos enamorarnos, pensamos en alguien, y no nos damos cuenta de que en primavera, en realidad, nos enamoramos de la vida.

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A veces, es solo un instante; un momento efímero de a penas unos segundos el que marca un antes y un después. Y a partir de entonces ya nunca nada vuelve a ser igual. Pero ni mejor, ni peor, simplemente diferente. Y por eso, cada día hay que exprimirlo al máximo con sus sinsabores. Aprender a saborear cada lágrima de la misma forma que gustamos una sonrisa. Porque el día y la noche son lo mismo pero con distinta luz. Hay días de sol y días de lluvia; hay noches solitarias pero también las hay acompañadas de luna y estrellas. Porque la tristeza, muchas veces, también ríe.

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El problema es que el amor, si se considerase una droga, sería la más adictiva de todas, especialmente el enamoramiento inicial entre dos personas. Por eso, después de la enorme herida que te quedó al terminar aquello, volviste a buscarlo como un vagabundo con síndrome de abstinencia que no se resiste a nada, ni a nadie. El efecto narcotizante de esa sensación eufórica y mágica te invadía hasta el punto de que en todo y en todos volvías a revivir aquella primera aventura amorosa. Pero todo parecía una copia, una simple reminiscencia, como un dejavu de algo que era perfecto pero no pudo ser.

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El mundo no siempre es como a ti te gustaría, no fue creado para hacerte feliz a ti, no sabemos muy bien porqué fue creado, ni para qué, ni cuándo fue el principio, ni cuándo será el final, estamos en medio de un universo que quizá sea infinito, por eso no nos resulta fácil entendernos, porque es algo complejo. Pero la vida ofrece tantas cosas… tantas oportunidades… a quien sabe verlo. En realidad el mundo entero es como un milagro. Quizás no existan soluciones perfectas para los problemas, quizá nunca sea todo perfecto, pero ¿qué más da que no lo sea? No existen calcetines naturales para nuestros pies. Son artificiales, inventados, como tantos millones de cosas. Y a veces, nos frustra tener tantos millones cosas y darnos cuenta que no necesitamos nada de eso para poder sentirnos bien, tan sólo dar un buen uso al cerebro nuestro que está en la cabeza.