¿Qué cuántos años tengo?

Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo.

Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos y las ilusiones se convierten en esperanza.

Tengo los años en que el amor, a veces, es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada. Y otras un remanso de paz, como el atardecer en la playa.

¿Qué cuántos años tengo? No necesito marcarlos con un número, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas… ¡Valen mucho más que eso!

¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!
Lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.

¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.

José Saramago

(vía Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que siento)

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Vivir es encontrar por sí mismo lo que es verdad, y usted puede hacerlo sólo cuando hay libertad, cuando hay una continua revolución dentro de usted mismo…Sólo cuando usted está constantemente preguntando, constantemente observando aprendiendo es que se encuentra la verdad, Dios o el amor; y usted no puede preguntarse, observar, aprender; no puede estar profundamente atento, si tiene miedo. Así es que la función de la educación, ciertamente es erradicar interior y exteriormente ese miedo que destruye el pensamiento humano, la relación humana y el amor.

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Salió a fumar un cigarro de nuevo, arrastrando los pies para dibujar un rumbo en el suelo. Dibujó el miedo. Dibujó la inquietud y dibujó un muro. Dibujó un error al seguir y un error al quedarse. Dibujó la espiral de mil universos paralelos. Dibujó una luz y cien tinieblas. Se dibujó sobre una cama con las sábanas quemadas en un lateral de la autopista, y en posición fetal.

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El miedo es un gran muro que contiene nuestra capacidad para actuar, y la razón por la que lo sentimos no es porque creamos que todo nos va a salir de maravilla, sino que, por el contrario, creemos que vamos a fallar. La negatividad gana con tanta facilidad a la confianza y la seguridad en uno mismo que ese tigre que todos llevamos dentro lleno de creatividad y aventura termina luciendo como un simple gatito cuando dejamos de actuar por miedo a fracasar.

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Lo curioso del miedo es que olvidamos que muchas veces se basa en fantasmas que nos hemos inventado nosotros mismos, y que cuando nos enfrentamos a lo que nos asusta, a menudo nos sorprende gratamente. En realidad, si la vida quiere enseñarnos algo, hacernos daño o decepcionarnos, lo hará de todas formas, pero con el miedo, lejos de evitarlo, nos amargamos durante más tiempo, porque dejamos de disfrutar lo que por el momento nos hace felices, e impedimos que brille esa luz más intensa que tenemos dentro. Porque es así, desde esa pasión sin miedo, como han triunfado los grandes, que han vuelto a construir un globo y otro globo, por muchos que les pinchasen.