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Recordaba remotamente haber sido de derechas, apolítico, comunista, anarquista, ateo, agnóstico, musulmán, budista, yonki, punky, heavy, romántico, gay, bisexual, Testigo de Jehova, homófobo, pesimista, animalista, carnívoro, vegetariano, feminista, nacionalista terrícola… Hace ya siglos que la medicina, acabó con cualquier rastro de coherencia personal

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Te levantas y ya estás cansada. Te tropiezas al vestirte, se te cae la tostada, te manchas de café… uff hoy el día será largo… ¿te suena? Hay veces que la suerte o mejor dicho, la falta de ella, nos juega malas pasadas. Será eso o la manera que tenemos de ver la realidad, que matiza profundamente la interpretación que hacemos de ella y en consecuencia, lo que sentimos hacia la misma, es decir, hacia nuestra vida. ¿Un día torcido? ¡Pues dale la vuelta!

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Cuando el viento sopla de cara todos querrán acercarse a ti, pero es cuando surgen los problemas cuando te das cuenta de quién está realmente a tu lado. El sexo tiene una metáfora aparentemente banal pero perfectamente valida para explicar esto: mientras que en los prolegómenos lo habitual es que cada uno ayude a desvestirse al otro, una vez hemos terminado cada uno se viste por su cuenta. Es decir, es mucho más difícil encontrar a alguien que te ayude una vez estás jodido.

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Había una vez, en algún lugar a miles de kilómetros debajo del mar una joven pulpo llamada Nina. Nina pasaba casi todo el tiempo haciendo creaciones extrañas con rocas y conchas. Era muy feliz.

Pero un lunes, el tiburón apareció. ‘¿Cómo te llamas?’, preguntó el tiburón.’Nina’, contestó ella. ‘¿Quieres ser mi amiga?’, preguntó él. ‘Bueno. ¿Qué tengo que hacer?’, dijo Nina. ‘Casi nada’, dijo el tiburón, ‘déjame comer uno de tus brazos’. Nina nunca había tenido un amigo así que se preguntó si esto es lo que debía hacer para tener uno. Miró sus ocho brazos y decidió que no sería tan malo renunciar a uno. Así que le donó un brazo a su nuevo y maravilloso amigo.

Durante toda esa semana, Nina y el tiburón jugaron juntos. Exploraron cuevas, construyeron castillos de arena y nadaron muy rápido. Y cada noche el tiburón estaba hambriento y Nina le daba un brazo para que comiera.

El domingo, después de jugar todo el día el tiburón le dijo a Nina que tenía mucha hambre. ‘No entiendo’, dijo ella. ‘Te di seis de mis brazos ¿y quieres otro más?’ El tiburón la miró con una sonrisa amistosa y le dijo, ‘No quiero uno. Esta vez los quiero todos’. ‘¿Por qué?’, preguntó Nina. Y el tiburón le respondió: ‘Porque para eso están los amigos’.

Cuando el tiburón terminó su comida se sintió triste y solitario. Extrañaba no tener con quien explorar las cuevas construir castillos de arena y nadar muy rápido. Extrañaba mucho a Nina.

Así que se alejó nadando en busca de otro amigo.

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Por eso necesitamos desaprender tantos prejuicios que nos hacen creer que un abrazo significa necesariamente que “somos algo más”, o que un beso no es propio de amigos, y es mejor dar dos. Hay tantas experiencias que nos perdemos, o regalos que no hacemos o no recibimos cuando no nos atrevemos a ser mal interpretados, o evitamos un excesivo afecto por miedo a molestar o a vincularnos demasiado… El abrazo de un amigo el día en que más lo necesitamos, o un beso rozando el labio de la persona que podría darlo en pleno centro, o la caricia suave de un padre a su hijo cuando se acuesta a dormir, o coger de la mano al abuelo que no quiere ya soltarla.