Sin título

Hoy puedes decir que recuerdas todo eso con una gran sonrisa. Es mucho mejor así, ¿verdad? Al fin y al cabo siempre es preferible para uno mismo ser lo más egoísta posible y acordarse de lo inmejorable, de lo que sí fue y se convirtió en inolvidable aunque fuera por una sola vez; de lo que llegó a ser y el mimo con el que lo viviste; pero no de lo que podría haber sido y se truncó. Que no quede espacio para lo lastimoso, tampoco para el rencor. Que sobreviva el cariño y no el dolor. Que resten las lágrimas y sumen las risas. Que permanezcan los detalles y desaparezcan los desplantes. Que queden las horas en las rocas frente al mar y se den por terminadas las horas de oscuridad.

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Si, tú! Deja de ser infeliz sobre quién eres. Eres perfecto/a. Deja de desear parecerte a alguien o que la gente te quiera tanto como a otras personas.

Deja de intentar captar la atención de aquellos que te hieren. Deja de odiar tu cuerpo, tu cara, tu personalidad, tus manías y quiérelos. Sin todas esas cosas tú no serías tú y, quién querrías ser si no?

Cree en ti y ten confianza en quien eres. Sonríe. Atrapará a la gente. Si alguien te odia porque eres feliz como eres, simplemente ignórales, ellos se lo pierden.

Mi felicidad no dependerá de otros nunca más. Soy feliz porque me gusta como soy, me gustan mis defectos y mis imperfecciones, son las que me hacen ser yo. Y yo soy asombroso/a.

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Había una vez dos niños que patinaban sobre una laguna helada. Era una tarde nublada y fría, pero los niños jugaban sin preocupación. De pronto, el hielo se reventó y uno de los niños cayó al agua, quedando atrapado. El otro niño, viendo que su amigo se ahogaba bajo el hielo, tomó una piedra y empezó a golpear con todas sus fuerzas hasta que logró romper la helada capa, agarró a su amigo y lo salvó.

Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaban cómo lo hizo, pues el hielo era muy grueso.

– “Es imposible que lo haya podido romper con esa piedra y sus manos tan pequeñas”, afirmaban.

En ese instante apareció un anciano y dijo:

– “Yo sé cómo lo hizo”.

– “¿Cómo?”

– “No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo”.

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En días fríos y oscuros de invierno la tentación de no salir de casa, de no salir del cuarto, de no salir de la cama, de buscar un rincón caliente y seguro en el que esconderse, de meterse bajo tierra, hacerse un ovillo, taparse con capas y más capas de barro y hojas, abandonar toda resistencia, ceder, dejarse ir, sentir nuestro propio calor mientras ahí fuera el invierno sigue siendo frío y oscuro, quedarse en posición fetal y oír pasar el tiempo hasta que deja de oírse pasar el tiempo, perder la noción de todo, la noción de un mismo, disolverse, deshacerse, desconocerse, a lo mejor ahí arriba ya ha llegado la primavera y no importarnos nada, no querer saber, apretar los ojos, abrazarnos todavía más fuerte, resistirnos ahora a la vida que nos llama de vuelta, quedarnos así, quietos, cálidos, inconscientes, para siempre y no tener pena ni nostalgia de nada, y en nuestro agujero en el suelo dejar pasar la vida como un oso sin verano.

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Salió a fumar un cigarro de nuevo, arrastrando los pies para dibujar un rumbo en el suelo. Dibujó el miedo. Dibujó la inquietud y dibujó un muro. Dibujó un error al seguir y un error al quedarse. Dibujó la espiral de mil universos paralelos. Dibujó una luz y cien tinieblas. Se dibujó sobre una cama con las sábanas quemadas en un lateral de la autopista, y en posición fetal.